Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR, Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores Sexuales de Argentina, presentó su obra en el Salón Amarillo de la Facultad de Humanidades de la UNCA.

En diálogo con Catamarca/12, la referente nacional, que ejerce su actividad en Buenos Aires, habló de lo que la llevó a crear esta obra, cómo se encontró con trabajadores sexuales de Catamarca y lo que significa para AMMAR instalar este tipo de debates en espacios académicos.

¿Qué te llevó a escribir el libro?

Hace ya varios años que uso las redes sociales para poder difundir las voces de quienes nos dedicamos al trabajo sexual, dado que nos hemos encontrado en espacios y en debates donde se obturan e invisibilizan mucho nuestras demandas y realidades y ese siempre fue el lugar propio en el que sentí la necesidad de contar lo que nos pasa, lo que queremos, y también historias con clientes y con otras trabajadores sexuales para romper con el imaginario social y prejuicios que tiene la gente en relación con nuestro trabajo.

A partir de allí, surgió la invitación de la Editorial Penguin Libros, que estaba interesada en publicar una compilación de todo eso que venía escribiendo en Facebook e Instagram. Me tomé un tiempo para pensarlo y conversarlos con las compañeras, que desde un primer momento me dijeron que sí, que estaba bueno tener una herramienta de batalla en el campo literario, donde siempre se ha escrito de nosotras, pero desde una mirada muy victimizante y esto nos daba la posibilidad de una revancha. Hay muchos escritos sobre la prostitución, pero ninguno en primera persona. A partir de ahí me tomé el tiempo de tomar talleres de escritura para poder formarme más y tener una escritura sana y lo más representativa posible de nuestra realidad. El libro tardó bastante tiempo en encontrar su camino a la imprenta, sobre todo por la pandemia en el medio. Comencé a escribirlo en el 2018, firmé el contrato y tendría que haberlo entregado en el 2020, pero con la pandemia, el eje de nuestra organización quedó atravesado por las demandas de nuestras compañeras y compañeros que se enfrentaron con desalojos, el incremento de la violencia institucional y mucha angustia de compañeras y compañeros que significaron deudas acumuladas. Cuando comenzaron algunas aperturas, muchas compañeras tuvieron que salir a trabajar para cubrir las deudas.

¿Qué significa para ustedes que estos debates se instalen en espacios académicos?

La mayoría de las invitaciones que recibimos para presentar el libro son en espacios académicos, nos pasó en la Universidad de Córdoba, en La Plata, en La Rioja, así como en Catamarca y tenemos actividades próximamente en Río Cuarto y Neuquén. Nunca fue un libro pensado para que circule en la Universidad, sino en espacios literarios, lo pensábamos para la Feria del Libro, donde hicimos la presentación oficial, pero después nos fue pasando que el libro empezó a circular, salió una segunda y una tercera edición y ahí empezaron a llegar las invitaciones de universidades, que nos sorprendió un montón, que nos inviten de sus equipos de Género, como en Catamarca del equipo Tramas de la Facultad de Humanidades. Esto nos pone muy contentas, porque ahí se forman los futuros profesionales, y que tengan la posibilidad de conocernos y preguntarnos a nosotras, es lo que hace a la militancia nuestra, de romper paradigmas y, a la vez, transformar a una sociedad en la que no exista el estigma hacia las trabajadoras y trabajadores sexuales.

Georgina Orellano en la presentación de su libro en la UNCa.

Sabemos que hay ramas en contra del tipo de militancia

Es un debate muy tensionado en los espacios feministas y hay posiciones que ya parecen irreconciliables, cada vez el debate se pone más picante, como dicen las compañeras, pero esto es así porque nos ubicamos en otros lugares, tenemos más visibilidad, hemos recuperado espacios de escucha y donde podemos hablar; sin ir más lejos, el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, que este año se hizo en San Luis y desde 2016 que hubo una irrupción del sujeto trabajadora sexual. Nosotras queríamos ir a discutir en un taller en el que se respete la identidad autopercibida por nosotras, que somos trabajadoras y que los temas que se debatan sean los que nosotras pongamos en la agenda y no impuestos. Nos pasó en encuentros anteriores de tener que explicar porqué somos trabajadoras sexuales y por más que lo expliquemos con el argumento más perfecto, no nos creían. Había una desligitimidad, ya que si la experiencia nuestra no entraba en el casillero de la víctima, no era creíble. Y esa categoría de la víctima, donde siempre quieren llevarnos y empujarnos, es una categoría en la que no nos sentimos representadas y la rechazamos, porque más allá de que reconocemos las malas condiciones laborales y la violencia institucional, lo que son los pilares fundamentales por los que creamos AMMAR, sabemos de dónde venimos. Que optamos, y son opciones que tenemos por ser mujeres, trans y de sectores populares, pero aun así nuestra decisión de ejercer el trabajo sexual y no terminar ejerciendo otro trabajo precario y mal pago, tiene que ser respetada. No queremos, por ser pobres, caer en el lugar de víctimas, que nos reduzcan a un discurso donde hay un borramiento de nuestra voluntariedad, nuestra decisión y sobre todo, de nuestros deseos.

¿En estos debates surge el tema de la trata?

Sí, la trata es algo que no negamos que existe. A veces a nosotras en algunos debates nos preguntan qué hacemos para luchar contra la trata, pero nosotras tenemos que luchar contra un montón de cosas, entonces, eso no habría que preguntarle a la trabajadora en situación de clandestinidad y sin derechos, habría que preguntarle al Estado, porque acá hay un gran ausente. Porque mientras nos peleemos, las que se consideran abolicionistas con las trabajadoras sexuales, no le decimos al Estado, al Comité de Trata, preguntándole qué presupuesto tiene y cuáles son sus lineamientos de trabajo. Termina siendo una disputa de sectores, que en sí, están desprotegidos.

¿Con qué te encontraste en nuestra provincia?

Hay provincias a las que nos invitaron, como Catamarca, donde no hay organización de trabajadoras sexuales, y aprovechamos estas visitas para recorrer las zonas. En Catamarca nos pudimos reunir con trabajadoras sexuales recorriendo la zona de la Terminal, y queremos la organización de esas compañeras, así como tenemos en doce otras provincias. Hablamos con la CTA para ver qué tipo de acompañamiento les podía brindar. Ellas nos manifestaron que querían organizarse y el primer obstáculo que encontraban, era el estigma. Nos preguntaban cómo afrontamos la visibilidad, porque entendemos la diferencia entre ser visible, reconocerte como trabajadora sexual y ser la cara de una lucha en la ciudad Autónoma a de Buenos Aires que en una provincia, menos en una que es chica, donde se conocen entre todos y el estigma ahí duele más, sobre todo por ser lugares muy atravesados por la Iglesia. Hay mucha hipocresía, porque las compañeras trabajan en la zona de la Terminal, son vistas, son parte de la sociedad, pero que no se organicen y vengan a pedir derechos. También nos contaron sus dificultades, la mayoría son mamás solteras, han atravesado situaciones de violencia de género, la imposibilidad de acceder a una vivienda, e incluso algunas atraviesan procesos judiciales, que no tan solo tienen que ver con una cuota alimentaria, sino con tener que demostrar a la Justicia que son buenas mamás.

¿Qué se van a encontrar en este libro?

Son historias individuales, el proceso de cómo comencé a ejercer el trabajo sexual, las dificultades que atravesé, con la violencia institucional, que tiene que ver mucho con el desconocimiento. Cuando empecé yo no sabía que no estaba cometiendo un delito. El Estado no interviene con una misma línea, algunos lo hacen de una forma muy punitiva y me encontraba en situaciones como esta, de tener que explicar qué estaba haciendo en esa esquina, pero sin la posibilidad de preguntar bajo qué normativa me estaba pidiendo el DNI, pedirle su nombre y apellido y cosas que fuimos adquiriendo, absorbiendo y compartiendo para tener la información exacta de lo que puede y no puede hacer la policía y qué derechos tenés vos para exigir.

También en el libro se habla de cómo fue el proceso de reconocer que lo que estaba haciendo la policía era violencia institucional, lo que para nosotras fue un antes y un después. Eso que le pagábamos a la policía eran coimas policiales o las veces que fuimos detenidas de manera arbitraria. También hay historias entre trabajadoras y cómo se comparte la esquina, porque siempre la sociedad piensa a la puta sola, lo que habla mucho del recorrido, de cuáles son las estrategias de cuidado que hay en el territorio, la solidaridad entre trabajadoras, lo que muchos desconocen. En el libro hablo de cómo les conté a mi hijo y a mi familia que era trabajadora sexual, ya que hay familias que las expulsaron de sus hogares y les quitaron el saludo porque las consideran una vergüenza. Hay mucho de situaciones en que compañeras quedaron sin trabajo y salieron a la calle y a las rutas, perdiendo autonomía y cómo el Estado no las acompañó, porque son mujeres que quedaron a la deriva y quedaron ejerciendo el trabajo en contextos más clandestinos.