«¿Qué lee ahora, senador?» ( preguntó un periodista a un político latinoamericano ). Responde: «Nada, porque me cambié de casa y tuve que meter mis libros en cajas». Nuevo interrogante: «¿Y hace cuánto se cambió de casa?». Contestación elocuente: «Hace como ocho años».
La cita es del escritor mexicano Carlos Monsiváis ( me tomé la libertad de no poner el nombre del político) y es idéntica a la declaración de un profesor de Ciencias cuando, recientemente, me dijo que tenía como 10 años de no leer nada. De más está recordar que, si hay un área del saber que ha crecido, cambiado e impactado al mundo, esa es la Ciencia, ¿cómo puede alguien continuar siendo profesor de Ciencias con conocimientos universitarios tan obsoletos?
El amplio reportaje del periodista Jairo Villegas, de La Nación : “Escuelas y colegios abandonan la lectura” dejó al descubierto una de las causas más importantes de nuestro bajísimo nivel intelectual, nuestra escasa cultura, nuestro limitado pensamiento y, por tanto, nuestro subdesarrollo económico.
La persona que lee tiene más posibilidades de enriquecer su acerbo cultural y de desarrollar su capacidad de pensamiento. El lector, cada vez que procesa un texto, lo recrea, lo disfruta, lo relaciona con saberes anteriores y lo almacena en su memoria de largo plazo, es decir, convierte información en conocimiento.
Si no se lee nunca, en cambio, el cerebro –que se autorregula– “apaga” estas funciones. Cuando esta situación se mantiene por mucho tiempo, se produce un cierto deterioro mental, por desuso. Esto explicaría por qué los alumnos, ya en secundaria, son incapaces de leer y por qué, para ellos, la lectura es un castigo.
Tal vez es irrespetuoso decir que un alumno que no lee durante los 11 años de escolarización bien podría salir más tonto de como entró. Cuando vemos los recientes resultados de evaluaciones internacionales, aplicadas a jóvenes latinoamericanos, de 15 años y comprobamos que la mitad no logró pasar del nivel 1 ( en una escala de1 a 5 ), podríamos pensar que, a lo mejor, esto está pasando, que la escuela y el colegio “entontecen”.
¿No le gusta o no puede? Todos sabemos que el ejemplo forma más que un buen sermón. Si el niño ve a sus padres o al maestro leyendo, asumirá esa actividad intelectual como parte de la cotidianidad del ser humano. El problema actual es que los niños, que llegan a la escuela, son hijos de generaciones de padres no lectores. Los maestros tampoco escapan a esta realidad.
Podemos establecer un paralelismo entre la lectura y la natación. A los niños pequeños les gustan los libros, al igual que les encanta que los pongan en una piscina. Pero, aunque los pongamos en la piscina todos los días, eso no garantiza que llegarán a ser nadadores. Para ser nadadores tendrán que tener un entrenamiento especial; de lo contrario, no pasarán de “chapalear” en el agua.
Lo mismo ocurre con la lectura, no basta con darles libros, ni siquiera basta con enseñarles a leer. Formar un lector requiere un entrenamiento mental orientado al desarrollo y ejercitación de ciertas habilidades cognitivas complejas (inferir, analizar, deducir, asociar, razonar, contrastar, etc). Estamos hablando de una especie de gimnasio para desarrollar las condiciones intelectuales necesarias para la comprensión de lectura.
En nuestro país, el único programa que existe, termina en segundo grado. De ahí en adelante, el sistema considera, a los alumnos, lectores independientes y los dejamos solos. Por eso casi todos los estudiantes (y hasta los profesionales) son lectores rudimentarios, es decir, solo comprenden lo más evidente y superficial; por eso, también, la lectura les resulta una tarea demasiado dura. Cuando alguien dice que no le gusta leer, lo que está diciendo, en verdad, es que no puede leer.
La complejidad del texto. El texto contribuye, también, a la incapacidad lectora, pues es muy complicado. Como diría Todorov, es una escritura de doble fondo: una corresponde a la información literal o explícita y es percibida fácilmente; la otra, en cambio, es más compleja, está oculta, pero es la parte más importante porque es lo que el texto significa.
La información explícita, por tener sentido en sí misma, confunde al lector, sobre todo al que no es muy hábil y cree, inocentemente, que eso que entendió, de buenas a primeras, es todo lo que dice el texto. El lector que solo es capaz de comprender hasta aquí es el que llamamos rudimentario, es un lector que solo puede repetir datos concretos del texto.
La información oculta, en cambio, pertenece al campo de la connotación y es la más importante porque conecta el texto con el mundo no lingüístico. Hay que buscarla apoyándose en la capacidad asociativa que el texto, en su función comunicativa, posee. Leer será, precisamente, el arte de poder percibir y entender esta relación del texto con el mundo. A esta información solo accede el lector competente, habilidoso, inteligente, crítico, analítico.
Además de esta complejidad, hay que añadir que el texto moderno es cada vez más retador, pues los escritores tienden a eliminar todas aquellas proposiciones que evidencien demasiado el mensaje implícito. Con esto construyen una cierta ambivalencia, plurisignificación y opacidad que conviene muy bien al texto, pero que complica la lectura.
En la interpretación entran en juego, además de la información interna y la información referente al mundo, la información almacenada en la memoria del lector y la información de otros textos. Cuando leemos, comenzamos por buscar el significado en las palabras ( no su significado aislado, sino contextual, y tomamos en cuenta los otros valores), en las frases, y unimos las que están conectadas semánticamente. Buscamos, por decirlo de algún modo, el “hilo de Ariadna” dentro del laberinto del texto, con el fin de construir una significación global. Al mismo tiempo, llevamos a cabo la comparación de la información que ingresa con la información almacenada en nuestra “biblioteca mental”.
El lector, de manera simultánea, conceptualiza trozos de discurso, que reorganiza y reinterpreta constantemente, según va conceptualizando pasajes sucesivos, a partir de cuya nueva versión vuelve a organizar nuevamente la comprehensión. Esta “nueva versión” está siempre condicionada por el contorno sociocultural del lector. Sin embargo, la variación de las interpretaciones es limitada y no es anárquica. El texto mismo ejerce un control mediante los distintos saberes que contiene y mediante las reglas de selección léxica.
Todo esto y más significa leer. Estamos hablando de una actividad altamente compleja que nos lleva a hacer un uso constante de nuestra memoria de largo plazo y de los procesos mentales superiores. Como la lectura activa tantas funciones, la capacidad de pensamiento del individuo lector se desarrolla cada vez más. Por eso se dice que una persona que lee es más inteligente que una que no lee. Pero en Costa Rica no existe un programa de lectura que ayude a desarrollar todo esto y, por eso, el texto se convierte en una barrera más.
El mercado de libros. Por último, quiero referirme a los libros de texto, que han sido, también, un factor determinante de fracaso en la formación de lectores. Hace 20 años revisé, para un congreso de la UNESCO, todos los libros de texto existentes en el país, con el fin de sacar a luz el concepto subyacente de lectura, el perfil del lector y el camino para formarlo. La sorpresa fue mayúscula. Todos proponían lecturas bastante insulsas, de esas que no amplían la visión de mundo del estudiante y, lo que es más grave, las propuestas para trabajar, cada texto, apuntaban, exclusivamente, a los datos literales. Ninguno de ellos promovía la interpretación y el análisis.
Cuando un educador lleva al estudiante a que comprenda solo la información explícita (lo que ocurre, por ejemplo, con los resúmenes), este hace un uso mínimo de su capacidad de pensamiento, porque ese tipo de lectura, superficial, se realiza usando la memoria de corto plazo y un proceso mental inferior: nuestra capacidad para repetir. Cuando un educador hace eso, forma un lector muy rudimentario, una persona apenas alfabetizada.
Hace poco volví a revisar los libros de texto usados en el país y, tristemente, la historia es la misma. Aunque ustedes no lo crean, algunos de las lecturas propuestas, que estudié hace veinte años, están en los libros actuales. Lo más grave es que mantienen la misma concepción de lectura de hace 20 años. Ninguno de ellos promueve la formación de un lector competente.
Esta situación se repite, por igual, en todos los países de América Latina, pues compartimos conceptos y libros (editoriales grandes venden por todo el continente los mismos libros de texto, con poquísimos cambios y la producción nacional es parecida). Con razón en la prueba internacional de lectura (PISA 2003) los buenos lectores van de un 7% hacia abajo , en los países latinoamericanos; en cambio, rondan el 50% en países como Finlandia, Australia y Canadá
Es verdad que hay otras causas de la no lectura: el precio de los libros, el carácter impositivo, la competencia con otras actividades en el tiempo de ocio, etc, pero la falla mayor está en la metodología para formar ese lector competente. Muchos educadores lo saben, lo entienden, pero no cambian su práctica.