IMAGEN RESONANTE:
EL SONIDO EN EL
CINE EXPERIMENTAL
ESPAÑOL
ALBERT ALCOZ
180
1. CONCEPTUALIZACIONES PREVIAS
a práctica de la experimentación
fílmica ofrece un terreno indudablemente productivo para la
conceptualización, realización y
recepción de propuestas sonoras
disruptivas e inauditas.
Los artistas que crean
películas al margen de los
parámetros constructivos legitimados por las convenciones representacionales interrogan los usos habituales
del medio cinematográfico para investigar las
posibilidades de las herramientas audiovisuales y problematizar los requisitos que rigen el
cine narrativo. Las bandas sonoras sincrónicas con diálogos inteligibles, las voces en of
explicativas, las grabaciones naturalistas de
espacios determinados, las composiciones
musicales instrumentales de tono expresivo
o las citas fraccionadas de canciones populares —útiles para puntuar el devenir dramático
de la trama— son algunas de las lógicas que
ponen en duda los artífices del cine experimental. Participando de la idiosincrasia de lo
cinematográfico, estos otros universos sonoros revisan los tratamientos dados al medio
y proponen modos de escucha inusuales que
interrogan la capacidad auditiva de la audiencia en la sala oscura. Son experimentaciones
empíricas, juegos especulativos que divisan sonoridades discordantes. En línea con
los desarrollos estéticos promulgados por los
principales compositores de la música contemporánea —practicada a partir de los años
cincuenta1— y en sintonía con las intervenciones performáticas y objetuales de raíz
acústica —sucedidas en contextos artísticos
a lo largo de los años sesenta2—, el sonido
del cine experimental es una dimensión determinante para su reafirmación epistemológica. De este modo, se quiebra su aplicación
exclusivamente utilitarista, se desmonta su
necesidad funcional y se acentúa su valor
artístico.
Un cúmulo de factores que los cineastas
expresan mediante sus piezas fílmicas de
naturaleza experimental —el rechazo narrativo, la ruptura ilusionista, el formalismo abstracto, el gesto matérico, el reciclaje apropiacionista, el énfasis en la temporalidad y la
vindicación tecnológica— implica no solo un
cuestionamiento de los condicionantes de
la imagen fílmica, sino también una reconsideración global de sus dinámicas sonoras.
Ensalzar la capacidad estética del cine sonoro en celuloide, evidenciar su instrumentalización ideológica o subrayar su carácter
metafílmico —a través de puntualizaciones
que recuerdan, continuamente, el proceso
de percepción (escucha y visionado) de una
construcción artificial, perfilada mediante
sonidos e imágenes en movimiento— son las
principales estrategias que los realizadores
mencionados a continuación revelan en sus
trabajos. Lo hacen para reflexionar sobre el
medio, desnaturalizando sus formas acústicas, admitiendo la participación de aquello supuestamente disfuncional o incluso
erróneo. Por medio de la desfamiliarización
de los usos habituales del sonido en el cine,
estos artistas se preocupan de nuevo por la
búsqueda de la especificidad fílmica y el amplio espectro de fluctuaciones que emerge
entre el sonido y la imagen. En la experimentación fílmica, el oído se sitúa en un lugar
privilegiado que dialoga con la percepción
ocular, sin someterse a ella. Los cineastas
optan por una relación dialéctica, un equilibrio integrado que permite replantear la
consideración predominante del cine como
arte visual, tal y como sugiere el investigador
Michel Chion en diversos estudios3. Si el teórico francés describe el entramado sonoro
de largometrajes de ficción y documentales
para examinar su relevancia en el seno del
arte cinematográfico, otros académicos, como Branden W. Joseph, Michelle Puetz, Juan
Antonio Suárez o Holly Rogers4, detectan
esas mismas significaciones en el análisis
del cine de vanguardia y la videocreación.
Concentrar el objeto de estudio en este otro
territorio permite razonar las sinergias producidas entre las soluciones sonoras de tales prácticas con la música experimental y
las intervenciones sonoras de los contextos
artísticos. Joseph, Puetz, Suárez y Rogers
demuestran cómo el cine experimental de
los años sesenta y setenta participa activamente de los replanteamientos estéticos y
conceptuales de otras disciplinas transversales, como la música y el arte.
Así, las propuestas auditivas del cine
experimental heredan ideales procedentes
de la música concreta, la aleatoriedad, la
indeterminación, la música minimalista,
la electrónica primigenia, la revalorización
del ruido y el silencio como gesto musical
contingente. Al mismo tiempo, contemplan
posturas vinculadas a las artes plásticas de
las segundas vanguardias artísticas: Fluxus,
pop art, minimalismo, arte conceptual, arte
procesual, land art, etc. La presencia del
ruido como impedimento comunicativo; la
estética fragmentaria del collage a consecuencia de la hegemonía de los medios de
comunicación de masas; el cuestionamiento
de la originalidad por medio de la apropiación de materiales; la exploración metafórica
de los usos de la voz al margen del lenguaje;
la introducción de herramientas sintéticas
asociadas a la música electrónica; el uso de
patrones repetitivos para indagar múltiples
variaciones; la descripción de paisajes sonoros como cartografías de espacios urbanos
y naturales de signo ecológico, y, finalmente, la reivindicación de lo silente en la era
del estruendo audiovisual son algunas de
las características más sobresalientes de los
sonidos de las películas que se exponen en
el apartado siguiente5.
181
Eugènia Balcells y Eugeni
Bonet, fotogramas de 133,
película de 16 mm, 19781979 [cat. 76]. Colección de
los artistas
184
2. SONIDOS DEL CINE EXPERIMENTAL
ESPAÑOL DE LOS AÑOS SESENTA Y SETENTA
En el ámbito español, la tradición de la cinematografía vanguardista es escueta, pero
tal escasez no impide que existan diversas
trayectorias que merezcan analizarse bajo
el signo de la experimentación acústica6. A
partir de la figura del cineasta e inventor granadino José Val del Omar —con su Tríptico
elemental de España, formado por las películas Aguaespejo granadino (1955), Fuego en
Castilla (1960) y Acariño galaico (1961)— y de
sus innovaciones acústicas, como el sistema
diáfono de reproducción electroacústica de
banda magnética o el equipo estéreo Diamagneto binaural, se amplía la esfera auditiva para transcender la estereofonía7. Durante
los años sesenta y setenta surgen, gradualmente, una serie de posturas fílmicas alternativas, poéticas, underground, militantes y
marginales que, gracias a la utilización de los
formatos subestándar de super-8 y 16 mm,
ensanchan el ámbito de actuación sonora
con unos montajes sonoros que denotan el
conocimiento e ingenio de sus creadores8.
Entre los títulos mencionados seguidamente se encuentran tanto colaboraciones
con reconocidos músicos pioneros de la experimentación en el ámbito español como artefactos sonoros reelaborados por los mismos
cineastas. Por lo que se refiere al primer apartado, destaca la labor del compositor vasco
Luis de Pablo, que crea las bandas sonoras
de trabajos fílmicos de artistas multidisciplinares como el fotógrafo Ramón Masats o el
escultor Néstor Basterretxea. Es precisamente un cortometraje dirigido por este último,
Operación H (1963), el que incluye una de
sus creaciones musicales más enigmáticas.
Este trabajo electroacústico, exclusivamente
instrumental, acompaña una filmación donde diversas esculturas de Jorge Oteiza son
rigurosamente fotografiadas por el cineasta
Marcel Hanoun. El filme, que responde a un
encargo promocional de Juan Huarte, conocido empresario y mecenas español y fundador
de la productora X Films —que financia, entre
otras, esta misma pieza9—, supera con creces
el inicial fin publicitario, en la medida en que
genera un dinamismo que viene suscitado por
un continuo diálogo entre el concretismo indefinido de la música y la figuración mecánica
de las imágenes.
El realizador madrileño Javier Aguirre es
uno de los precursores de la experimentación
fílmica en España. A pesar de la controversia
que suscita su filmografía —por la dudosa
originalidad de algunas de sus propuestas—,
se debe reconocer su precisa intuición a la
hora de escoger composiciones para las bandas sonoras de sus filmes. Su serie de ocho
piezas breves, enmarcadas bajo el título Anticine (1967-1970), conforman un conjunto
de instancias fílmicas que presentan algunas
soluciones tautológicas similares a las de los
Fluxilms10. Uts cero, Fluctuaciones entrópicas,
Espectro siete e Impulsos ópticos en progresión geométrica contienen piezas musicales
minimalistas de algunos de los pioneros de
las «nuevas músicas» en el Estado español
—Eduardo Polonio, Ramón Barce y Tomás
Marco—. Otro de los adalides en la introducción y consolidación de perspectivas musicales innovadoras dentro del territorio nacional
es el artista valenciano Carles Santos. La estrecha colaboración entre este inclasificable
pianista y el cineasta catalán Pere Portabella
se puede apreciar en una serie de cortometrajes de base conceptual. La interpretación, la
grabación, la escucha y las connotaciones performativas derivadas de cada acción son algunos de los principales rasgos de títulos como
Playback (1970), Acció Santos [Acción Santos] (1973) o La Re Mi La (1979). Pero será el
largometraje Vampir-Cuadecuc (1970) el que
mejor muestre la asociación entre dos artistas
que aquí introducen música concreta, asincronías verbales y efectos sonoros de origen instrumental que desvelan el tono fantasmático
del metraje. Esta obra se puede considerar un
making of hipnótico de la película de terror de
Jesús Franco El conde Drácula (1970).
Es en los años setenta cuando la técnica
sonora del collage hace acto de presencia en
trabajos pop como en los super-8 de Iván Zulueta. Mediante la utilización de fragmentos
de temas musicales extraídos de la cultura
popular (The Beatles, Pink Floyd, Brian Eno,
etc.), el cineasta vasco sonoriza sus filmaciones y añade una modernidad anglosajona no exenta de comicidad doméstica. Pero
si existe una película del ámbito artístico y
experimental que recoja la idea de la apropiación bajo una noción de reciclaje sonoro
descontextualizado, esta es, sin duda, 133
(1978-1979), de Eugènia Balcells y Eugeni Bo-
net [cat. 76]. A partir de un disco de vinilo
con ciento treinta y tres efectos sonoros de
transportes, timbres y ambientes sonoros
diversos —inicialmente comercializados para
acompañar filmaciones amateurs—, Balcells
y Bonet realizan una operación contraria a
la habitual: hallar ciento treinta y tres imágenes ajenas y en desuso, filmadas en soporte
de 16 mm, que puedan editarse junto a esas
capturas acústicas, independientemente de
la verosimilitud de los montajes finales. Homenajear los diferentes usos del cine (ficción,
documental, publicidad, animación, etc.) es
uno de los correlatos que se derivan de esta
película enciclopédica11.
Con la llegada de la década de los ochenta,
el medio videográfico se consolida como una
herramienta para crear piezas con sonidos e
imágenes en movimiento. En el circuito artístico, el formato de 16 mm queda aparcado en
favor de unos aparatos electrónicos de características dispares a los del medio fílmico que
facilitan el registro sincrónico. Las creaciones
cinematográficas de carácter experimental
desaparecen de los contextos de las artes
visuales para dejar paso a la videocreación,
con todos sus múltiples subgéneros performáticos, lingüísticos y volumétricos: videodanza, videopoesía, videoescultura, videoinstalación, etc. Sin embargo, con la entrada del
nuevo milenio, una generación de creadores
jóvenes recuperará la tecnología cinematográfica y la emulsión fotoquímica para investigar sus posibilidades artísticas, en contraposición a la omnipresencia del vídeo digital.
3. NUEVOS USOS DEL 16 MM
La recuperación del soporte fílmico de 16 mm
provoca una revitalización del cine experimental español que se inicia a finales de los
años noventa y se consolida durante la segunda década del nuevo milenio12. Entre las
filmografías de una nueva generación de cineastas destacan dos líneas fundamentales
de experimentación sonora: de una parte,
la resolución gráfica del sonido óptico y, de
otra, la apropiación sonora y la reordenación
de grabaciones de campo. La primera estrategia concibe el proyector de 16 mm como un
instrumento que, cuando se activa su célula
fotoeléctrica mediante la lectura del margen
lateral del celuloide —ocupado por imágenes
o inscripciones gráficas—, produce impulsos
lumínicos que devienen sonido sintético13. El
segundo recurso recicla celuloide pretérito
que desmonta sus sonidos originales para
descubrir nuevas rítmicas mediante el montaje14. Ciertas películas, como las que siguen,
perciben los espacios naturales registrados
como una gran instalación sonora. Por medio
del trabajo del paisaje sonoro, estos cineastas
manifiestan una actitud ecológica que recupera la inestimable labor de Murray Schafer15.
Alberto Cabrera Bernal concentra su ámbito de actuación en el reciclado de metraje
de 16 mm. Sus conocimientos técnicos del
medio se aprecian en la elaboración del campo auditivo, en la que tiene en cuenta tanto
la apropiación de producciones fílmicas intactas como el minucioso montaje de fragmentos de fotogramas de microtonalidades
particulares. Como el propio autor explica,
Frequencies [Frecuencias] (2001) y 7000 Cycles [7.000 Ciclos] (2011) son «dos objets
trouvés, sin manipulación posterior de ninguna clase (incluí mi firma y nada más, expropiándole la autoría a la SMPTE, la Society
Motion Picture & Television Engineers)»16.
El uso inicial de estas dos películas es el de
comprobar el comportamiento sonoro de
los proyectores para calibrar la amplificación de la sala cinematográfica. Al descubrir al público estas producciones inéditas,
se añade un carácter metacinematográfico
que alude a la mecánica del medio17. Si el sonido de 7000 Cycles lo constituye una pista
de sonido óptico con una única frecuencia
de 7.000 Hz (o ciclos) ininterrumpida, el de
Frequencies recorre el espectro audible al
trazar un barrido por el rango de frecuencias
que puede sucederse en una proyección (de
50 a 7.000 Hz). Aquí, una voz en of femenina anuncia rigurosamente diversos estados
de frecuencias, cuyo tono va de lo grave a lo
agudo. Otra faceta de Alberto Cabrera Bernal consiste en la elaboración de montajes
sistemáticos que reutilizan planos de metrajes dispares de 16 mm. La serie de tres piezas, Esculturas fílmicas (2011-2012), Las variaciones Schwitters (2012) y 14 x 14 (2012),
reconfiguran metódicamente materiales recuperados cuyas bandas sonoras devienen
composiciones rítmicas de condición discordante. Desmontar filmes apropiados
permite desarreglar la sincronía sonora para
celebrar la musicalidad de la materialidad18.
185
Laida Lertxundi,
fotograma de Vivir para
vivir, película de 16 mm,
2015
186
187
Lata de película en
35 mm, con sonido
óptico a 1000 Hz
188
189
Alberto Cabrera
Bernal, fotogramas de
Las variaciones
Schwitters, película
de 16 mm, 2012.
Proyectada en el ciclo
de cine experimental
programado con ocasión
de la exposición a la que
este catálogo acompaña
(cf. www.march.es)
Lluís de Sola, fotograma
de Pedres [Piedras],
película de 16 mm, 2014
190
Laida Lertxundi reflexiona contemplativamente sobre lo acústico por medio de puestas
en escena evocadoras, con cuerpos enmudecidos en exteriores desoladores. El registro
sincrónico de paisajes sonoros —normalmente
situados alrededor de la ciudad de Los Ángeles— y la presencia de música interpretada o
registrada sintetizan dos de sus líneas de actuación. A partir de la introducción indistinta
de temas musicales, ya sea de forma diegética
—reproducciones de aparatos electrónicos visualizados en pantalla (walkmans, magnetófonos, televisores, etc.)— o de forma no diegética
—añadidos de posproducción—, Lertxundi crea
sutiles comentarios analíticos sobre la naturaleza de la banda sonora cinematográfica. Esporádicas interpretaciones instrumentales (piano,
violonchelo o guitarra) se registran como apuntes sonoros que dialogan con sonidos ambientales. My Tears Are Dry [Se me han secado las
lágrimas] (2009) incluye la canción homónima
de Hoagy Lands, que se reproduce de modo
entrecortado mientras una mujer activa y desactiva el botón de reproducción de su walkman.
En The Room Called Heaven [Una habitación
llamada cielo] (2012) se establece un equilibrio
entre el silencio y el ruido, entre lo interior y lo
exterior. Las diferentes acciones de los actores,
los movimientos de cámara y la temporalidad
de los planos se acomodan semánticamente
a la canción Images Blue [Imágenes tristes]
(1970) de Complex. Planos del desierto, el mar
y el cielo acompañan grabaciones de campo
donde el viento, el oleaje y voces humanas ininteligibles intervienen en función de una imagen
superpuesta: unos ventanales que se abren y
se cierran afinando gradualmente el paisaje
sonoro. En Vivir para vivir (2015) se parte de la
imagen de un cardiograma para registrar
los sonidos de la palpitación del corazón de
la propia cineasta. De este modo, «una serie
de traducciones de procesos corporales a imágenes y sonido van encadenando las tomas de
la película, convirtiéndola en algo físico»19. Lertxundi enmascara y desvela sus fuentes acústicas para alcanzar cartografías sonoras que
revelan las lógicas cognitivas que subyacen al
ver y al oír simultáneamente. Si, al ubicar aparatos electrónicos en enclaves naturales, sugiere
ciertas instalaciones sonoras presentadas en
espacios públicos, cuando muestra reproducciones sonoras disociadas evoca, inevitablemente, la noción de «esquizofonía».
Lluís de Sola trabaja el sonido desde prácticas equivalentes a los métodos de creación
de imágenes. El riu [El río] (2013), Pedres
[Piedras] (2014) y Núvols [Nubes] (2015) son
tres películas breves en blanco y negro, filmadas en soporte de 16 mm y reveladas por él
mismo. Documentan espacios naturales que
proponen diálogos estéticos entre una cadencia lírica, pautada por una mirada curiosa
respecto al entorno circundante, un rigor metódico de rasgos performáticos y un carácter
metafílmico de transfondo conceptual. En El
riu, los registros visuales de los alrededores
del río Ter vienen acompañados por un sonido
rugoso: el de los restos de las gotas de agua
del propio río que se han utilizado durante el
revelado de la emulsión. Pedres (2014) ofrece la filmación de una ladera montañosa de
piedras afiladas, situada junto a una playa
rocosa en Cerbère, Francia. La coincidencia
entre los treinta metros de longitud de la costa y los treinta metros de la falda del monte
son el pretexto para filmar treinta metros de
película y grabar treinta metros de sonido
sobre cinta magnética —correspondientes al
proceso de lavado del celuloide—. Al extraer
la cinta magnética de la casete y extenderla
a lo largo de la orilla de la playa, su definición
acústica queda erosionada por la acción de
las olas del mar. Núvols (2015) retoma las
posibilidades acuosas del sonido fílmico gracias a la sonorización de unas imágenes que
muestran desplazamientos pausados de diversos cúmulos de nubes, minutos antes de
una tormenta. El punto más elevado del cerro
del Putxet de Barcelona es el escenario desde
el que De Sola registra el sonido de la lluvia al
caer sobre tres cubos. Dos micrófonos estéreo y tres de contacto son los utensilios digitales que emplea para grabar un sonido cuya
forma final se transfiere a un disco de vinilo20.
Sus filmes pueden verse como topografías
sonoras en las que la inmaterialidad sónica
queda anclada a las imágenes.
Blanca Rego realiza un trabajo videográfico que recoge la tradición de la experimentación sonora del cine de vanguardia y de la videocreación. Sus piezas hacen referencia a la
fragmentación de las posibilidades acústicas
del sonido óptico de 16 mm. En Engram (Optical Sound # 001) [Engrama (sonido óptico
n.º 001)] (2013), se registra la acción de encender y apagar la bombilla de una lámpara
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192
en un plano de detalle. El parpadeo de la luz,
los bordes redondeados de las esquinas, la
brillantez del centro de la imagen y la oscuridad total conectan la pieza con el licker ilm21.
Es un vídeo hecho con ruido y silencio, luz y
oscuridad. Las frecuencias ruidosas, que se
derivan de los diferentes acercamientos del
iPod a la fuente de luz, permiten crear analogías auditivas y visuales en las que lo oscuro
tiene tonos graves y lo luminoso resulta ser
agudo22. En Rainbow Brite se establece una
fusión directa entre las frecuencias musicales y las cromáticas: el arcoíris tiene siete colores, y la escala musical occidental, siete notas. Siete colores puros almacenados como
archivo sonoro, mostrados a un solo frame
y repetidos a lo largo de siete minutos dan
lugar a patrones ruidosos indistintos. Paradójicamente, las respuestas fisiológicas y sicológicas de la audiencia pueden transformar
la rígida estructura del vídeo en una percepción de variaciones continuas. Según Rego,
su labor consiste en «replicar la técnica del
sonido óptico analógico con medios digitales partiendo de archivos .raw para sonificar
datos, traduciendo el sonido directamente a
imagen»23. Por su parte, Psycho 60/98 (2016)
entremezcla la escena de la ducha de la película Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock con
el remake de Gus Van Sant. En la contraposición de cada uno de los dos montajes, la realizadora decide intercalar fotogramas de una
y otra película. Aunque el efecto estroboscópico parezca acelerar el montaje, la duración
temporal de cada secuencia se ralentiza hasta duplicarse. Finalmente, la tensión auditiva
proviene de la multiplicación yuxtapuesta
entre lo diegético —la ducha, la cortina, el
agua, los chillidos— y lo no diegético —los
violines de la mítica composición de Bernard
Herrmann.
El deseo de renovación de las posibilidades acústicas del soporte fílmico de 16 mm
denota un constante cuestionamiento de
la especificidad cinematográfica que se detiene en la puesta en circulación de su maquinaria. Es algo que también proponen las
experiencias de cine expandido a través de
la disposición singular del dispositivo cinematográfico (proyector, pantalla, película,
luz, amplificación, audiencia), las actuaciones caracterizadas por multiproyecciones,
la presencia activa del cuerpo del cineasta
y la elevación del papel del espectador en la
experiencia artística24. En conjunto, las decisiones estéticas e ideológicas tomadas por
los cineastas para resolver el audio de sus películas suscitan argumentaciones reflexivas
sobre el papel del sonido en el cine. Y lo hacen
situando en primer plano la reflexión sobre
la potencialidad de las herramientas sónicas
analógicas y el amplio espectro auditivo que
aún les queda por recorrer en el marco del
medio cinematográfico.
1
Michael Nyman, Experimental Music. Cage and
Beyond. Cambridge: Cambridge University
Press, 1974. Hay edición en español: Música
experimental: de John Cage en adelante (trad.
Isabel Olid y Oriol Ponsatí-Murlà). Gerona:
Documenta Universitaria, 2006.
2 Javier Ariza, Las imágenes del sonido. Una
lectura plurisensorial en el arte del siglo XX.
Cuenca: Ediciones de la Universidad de CastillaLa Mancha, 2003.
3 Michel Chion, La audiovisión. Introducción a
un análisis conjunto de la imagen y el sonido
(trad. Antonio López). Barcelona: Paidós, 2007;
y Michel Chion, Film. A Sound Art. Nueva York:
Columbia University Press, 2009.
4 Branden W. Joseph, Beyond the Dream
Syndicate: Tony Conrad and the Arts after John
Cage. Nueva York: Zone Books, 2008; Michelle
Puetz, Variable Area: Hearing and Seeing
Sound in Structural Cinema 1966-1978 [tesis
doctoral no publicada]. Chicago: The University
of Chicago, 2012; Juan Antonio Suárez, «El
cine estructural y la experimentación sonora»,
Archivos de la Filmoteca, n.º 53 (junio de 2006),
pp. 82-101; y Holly Rogers, Sounding the Gallery.
Video and the Rise of Art-Music. Oxford; Nueva
York: Oxford University Press, 2013.
5 Salomé Voegelin, Listening to Noise and Silence.
Towards a Philosophy of Sound Art.
Nueva York: Continuum, 2010.
6 Albert Alcoz, «Reverberaciones en celuloide.
Una aproximación al sonido en el cine
experimental español (1955-1979)», en Juan
Antonio Suárez (ed.), Arte y políticas de
identidad [dosier: La pantalla experimental
en el Estado español: ensayos, estructuras,
deconstrucciones, militancias], n.º 8 (2013),
pp. 17-31.
7 Carmen Pardo, «El sonido en la piel», en Eugeni
Bonet (com.), Desbordamiento Val del Omar
[cat. expo.]. Madrid: Centro José Guerrero;
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía,
2010. pp. 296-307.
8 Eugeni Bonet y Manuel Palacio, Práctica fílmica y
vanguardia artística en España (1925-1981). Madrid:
Universidad Complutense de Madrid, 1983.
9 Juan Huarte también es el productor de otras
obras cinematográficas relevantes como las
del reconocido cineasta y pintor José Antonio
Sistiaga, cuya película más emblemática es
el largometraje silente …ere erera baleibu
icik subua aruaren… (1970). Este título de
animación abstracta hecho a mano se vincula
estrechamente con la noción de «música visual».
10 Los Fluxilms son las cuarenta y una películas
breves realizadas entre 1962 y 1970 por los
artistas vinculados al movimiento Fluxus,
encabezado por el lituano George Maciunas.
11 El interés por las connotaciones sonoras del
audiovisual continuará estando presente
en buena parte de la trayectoria artística
12
13
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15
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17
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23
24
de Eugènia Balcells, tal y como demuestra
el registro de la interpretación musical del
holandés Peter van Riper, documentado en su
vídeo Indian Circle (1981).
Juan Antonio Suárez (ed.), Arte y políticas
de identidad…, op. cit.
Las prácticas fílmicas con sonido óptico
son propias del cine de animación y del cine
estructural-materialista de artistas como
Norman McLaren, Lis Rhodes, Guy Sherwin
o Barry Spinello. Aquí el sonido no es una
interpretación, sino la traducción acústica de
la imagen misma, tal y como se disecciona en
Thomas Y. Levin, «Tones from out of Nowhere:
Rudolph Pfenninger and the Archeology of
Synthetic Sound», Grey Room, n.º 12 (verano de
2003), pp. 32-79.
William C. Wees, Recycled Images: The Art and
Politics of Found Footage Films. Nueva York:
Anthology Film Archives, 1993.
Murray Schafer, The Soundscape. Our Sonic
Environment and the Tuning of the World. Nueva
York: A. Knopf, 1977. Hay edición en español: El
paisaje sonoro y la ainación del mundo (trad.
Vanesa Cazorla). Barcelona: Intermedio, 2013.
Conversación con Alberto Cabrera Bernal
mantenida por correo electrónico durante el
mes de mayo de 2016.
Por esta razón, ambas piezas pueden
concebirse como perfect ilms, películas de
reciclaje donde el metraje se mantiene intacto
y las dos únicas operaciones artísticas que
se practican son la descontextualización y la
apropiación de su autoría.
Cabe considerar que la distancia de veintiséis
fotogramas que existe entre el cabezal de sonido
y la ventanilla del proyector de 16 mm afecta a la
proyección cuando se trabaja la pista de audio de
modo paralelo a las imágenes de los fotogramas.
Conversación con Laida Lertxundi mantenida por
correo electrónico durante el mes de mayo de
2016.
Conversación con Lluís de Sola mantenida por
correo electrónico durante el mes de mayo de 2016.
El licker ilm o cine de parpadeo designa
algunas películas abstractas de Peter Kubelka,
Paul Sharits y Tony Conrad, que investigan
los procesos de percepción retinianos de la
audiencia mediante la frenética alternancia
de fotogramas blancos y negros, o la veloz
intermitencia de fotogramas de colores planos.
Gregory Zinman, «¿Esto no es cine?», en
Albert Alcoz y Alberto Cabrera Bernal (eds.),
Angular 01. Cine experimental y videocreación.
Barcelona; Madrid: Angular, 2015. pp. 22-23.
Conversación con Blanca Rego mantenida por
correo electrónico durante el mes de mayo de 2016.
Esperanza Collado, Paracinema. La
desmaterialización del cine en las prácticas
artísticas. Madrid: Trama editorial; Fundación
Arte y Derecho, 2012.
193